martes, 10 de noviembre de 2009

Huellas del Azúcar Cubano

HUELLAS DEL AZÚCAR CUBANO

Richard Roselló

La Habana, 3 de noviembre del 2009.(RDCD). Carolina es un ingenio azucarero, testimonio industrial de la perdurabilidad azucarera, se ubica a 300 kilómetros de La Habana, al norte de la ciudad de Cienfuegos, centro sur de Cuba

El ingenio pronto arribará a sus 130 años. En su epoca representó un eslabón de importancia en Cuba. Situado en un amplio valle de desarrollo azucarero del siglo XIX, rodeado de otros nueve significativos ingenios azucareros, desaparecidos ya, fue creado con capitales hispanos, norteamericanos y criollos.

Nuestro exponente pudo haberse convertido en un museo in situ. Un sitio de visitantes, un lugar de referencia histórica y reencuentro con el pasado. Ver los orígenes y base de nuestra nacionalidad. Cuba fue icono en el mundo por su caña de azúcar. El primer renglón básico de la economía criolla. Ese monocultivo que luego de cuatros siglos de explotación y riqueza nacional, pierde en 1996 su mayor financiamiento. Debido al abandono estatal la instalación desaparece de los inventarios de sitios industriales.

Pocos cultivos tropicales han ejercido un efecto transformador tan absoluto, como la caña de azúcar en las antiguas colonias del Caribe y en Brasil. En menos de un siglo el crecimiento azucarero del occidente de Cuba vio aparecer cerca de ochenta poblaciones nuevas, grandes y pequeñas, algunas de ellas con puertos importantes.

El aumento de la producción azucarera desde fines del siglo XVIII sustituyó los primitivos trapiches o molinos de carácter agrícola por establecimientos agroindustriales mucho mayores. Con la entrada del ferrocarril en 1837 dilató el radio de ocupación de nuevas tierras y se extendió por la isla.

Carolina está próxima a los ríos Damují y Salado, y a la bahía de Jagua. En su época fue un destino favorable para la rápida transportación de sus azucares al mercado ultramarino. Desde 1838 el barrio de Arango, producía 176 000 arrobas de azúcar y en 1860 contaba con 2 266 esclavos y superaba las 4 000 cajas de azúcar y otros miles en bocoyes con melaza, que llegaban por el comercio de la región a la costa nordeste norteamericana.

El capital yanqui estuvo a cargo de William Steward, que se convirtiera en el coloso productor de Cuba en 1860-70 obtenido sobre la base del comercio de azúcar, no monopolista.

En plena Guerra de los Diez años, entre cubanos y españoles (1868-78) se introdujo un grupo de adelantos y colocaron a Carolina en la categoría de ingenio central. Se levantaron sólidos edificios en piedra y se importaron tecnologías de punta. Era además, una competidora de otras fábricas como las del binomio estadounidense Atkins-Havenmeyer.

Alrededor de las instalaciones se agregan otras de menor significación. De hecho la organización del ingenio emanaba de un espacio irregular no cultivado, que ocupó las instalaciones industriales y residenciales. Dentro un solido edificio, logro de completas tecnologías, estaba la casa de máquina de mampostería, preludio de los centrales azucareros que terminaron por sustituir a estos ingenios esclavistas, con sus modernos armazones de hierro. Con pesadas cubiertas de tejas, levantadas con las más duras maderas de los montes, ahora vuelta un cementerio de hierros, yace la mezcladora construida para el Carolina por la fundación de West Point, E.U.A, en 1872. Y también dos molinos gigantescos, con sus voladoras de tres masas, del año 1869, por la firma H. Ross, destinados a prensar el bagazo de caña, que luego servia de combustible y abono.
Un conjunto de ruedas dentadas, pistones, cilindros y brazos horizontales, son un testigo epocal. La centrifuga que separa la miel de caña en cristales, con su patina del tiempo, obra de una fundición, patentada en 1869.

Los engranajes del molino "Brissoneau Freres", de producción francesa sobreviven como para iniciar otras jornadas. El crujir de la gramínea exprimida por sus ocho masas, molía y remolía las cañas con imbibición del bagazo, era algo respetable para la época.

Traspasando la casa de molienda, accedías a una vieja planta eléctrica de 1895. Conservaba sus tensadas correas y dinamos que generó electricidad al batey.

Las losas de piso española, los muros de ladrillos de Hamburgo. Las soleras y vigas de jiquí sostenían el techo cónico de teja plana marsellesa. Más allá en otras construcciones contiguas, estaban los almacenes donde se entongaban sacos y barriles así como provisiones del ingenio. La carpintería que garantiza reparaciones menores y complejas. La herrería para herrar bestias, reparar y construir arados. Así como una pequeña iglesia.

La casa de los esclavos en el ingenio fue el barracón. Era una simple nave corrida con entrada única. Sirvió de albergue a esclavos, después a obreros asalariados en 1876. La tienda del ingenio donde se adquirían productos de consumo para trabajadores, y una pequeña pero necesaria enfermería.

En conjunto formaba un rectángulo alrededor de una plaza. En ella el campanario no podía faltar y estaba situado en el centro del ingenio, aislado de sus edificaciones y dirigía toda la vida de la fábrica con sus tañidos, que indicaba a las dotaciones las actividades del día.

Durante el segundo proceso de innovaciones introducidas en la década de 1880-1890 el Carolina cuenta con un enlace por ferrocarril portátil de la firma alemana Koppel. La maquinaria estaba movida por una locomotora norteamericana permitiendo transportar su producción, de 50 000 sacos en 1895, hasta la propia bahía. Esta industria trabajada por operarios extranjeros, junto a las máquinas adquiridas, terminó por caracterizar el ingenio como una pequeña babel de esclavos negros, chinos, administradores españoles, maquinistas norteamericanos, ingleses, alemanes y hacendados criollos.

A fines del siglo XIX el Carolina pasó a manos de unos comerciantes refraccionistas hispanos y deja de moler hasta comienzo de la I Guerra Mundial cuando realizó su última y definitiva zafra. Desde entonces su instalación y maquinaria sobrevivieron. Incluyendo un fortín de 1870, refugio español y huella material del predominio militar en Cuba que custodió a las plantaciones azucareras durante 10 años de predominio bélico.

Aún queda en pie la casa de vivienda, por antomasia fue la del hacendado. Situada contigua al fortín en el centro del ingenio, y a su vez a aislada de cierta forma de la actividad diaria del mismo. Estaba provista de portales en todo su perímetro, azoteas y cuartos miradores, que le permitían dominar el horizonte de la plantación y establecer nexos de activa contemplación.

Richard Roselló
Miembro de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional.
Periodista independiente.

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