jueves, 1 de diciembre de 2011

UN VERDADERO CASO ATÍPICO

Frank Correa

Miguelito Melón, vendedor callejero de confituras, natural de Guantánamo y experto en artes marciales, tal vez sea el único cubano que ha puesto fuera de combate a varios policías, incluida una escuadra de la unidad de la Lisa, sin que después lo hayan molido a palos.

Hace un año venía de madrugada de la discoteca, con su novia Maritza, por la oscura y solitaria avenida 190, en Siboney, al pasar frente a un albergue de la unidad policíaca de La Lisa, Maritza caminaba delante descalza con los zapatos en la mano y bromeaban representando una escena de celos donde era sacudida por el novio, imaginariamente abofeteada, luego cargada para ser proyectada contra el piso y terminaba fundida en un abrazo con Miguelito.

Un policía salió de pronto del albergue y sin decir palabra arremetió contra Melón, que esquivó varios golpes con facilidad y consiguió proyectar al militar contra la acera. Inmediatamente salió otro guardia con la tonfa en la mano lanzando bastonazos, al que Miguelito tumbó con una técnica de barrida. Desde el piso el policía sonó el silbato y aparecieron cuatro agentes más a medio vestir que llegaron corriendo a la escena, cada uno recibió un golpe fulminante, una proyección contra el pavimento o un taconazo en la cabeza por las puyas de Maritza.

En un abrir y cerrar de ojos habían seis policía en el piso y otros dos que llegaban a la escena no recibieron igual destino, gracias a un primo de Miguelito, que era el segundo jefe de unidad, y en la oscuridad reconoció a su pariente.

Meses después, Miguelito acabó con la fama de un capitán que estuvo durante un tiempo castigando como Jefe de sector a Jaimanitas, y al que apodaban La sombra, porque aparecía silenciosamente en sitios del mercado negro y decomisaba productos, imponía multas o se llevaba detenidos.

La sombra llegó una tarde acompañado de una pareja de policías a casa de Melón, para apresarlo por estar ilegal en La Habana y además vender confituras. Miguelito estaba sentado en el contén de la esquina y el capitán gritó:

--¡Mírenlo ahí…! ¡Cójanlo…!

Los soldados se abalanzaron sobre él, que se puso de pie como un felino, agarró por el bajo de los pantalones a ambos y con una técnica impecable de desequilibrio lo estrelló contra el piso. Luego avanzó hacia La sombra y lo noqueó con una recta de zurda. Después se sentó tranquilamente en el contén a esperar que se despertara el trío. Cuando el capitán volvió en sí llamó a un patrullero y se lo llevaron esposado.

Estuvo preso solamente tres días hasta que lo soltaron, cuando su tío Marquito Lagardere, Justina y sus tres hijas, Pompy y toda la familia de Mañanima, la mamá y la abuela de Miguelito, seis primos y algunos vecinos, acudieron a la estación y protestaron en defensa del detenido, que fue liberado con una multa de trescientos pesos por alteración del orden público y deportado a Guantánamo, de donde regresó a la semana, cuando al capitán La sombra ya lo habían trasladado a otro municipio.

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