jueves, 8 de octubre de 2009

El Monumento al Balsero en La Habana




EL MONUMENTO AL BALSERO EN LA HABANA Por René Gómez Manzano
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La Habana, 30 de septiembre de 2009. Apenas a una cuadra de mi casa, en la habanera barriada del Vedado, se encuentra un parque que --curiosamente- está comprendido entre las calles 13, 14, 15 Y 16. Frente a él se levanta la única edificación moderna de Cuba erigida según los cánones del Medioevo, colocando piedra sobre piedra y aplicando las fuerzas en tensión. (De la iglesia de Reina -por supuesto- no puede decirse lo mismo, pues se trata de un simple remedo construido con hormigón armado.)
El curioso edificio de la Calle 16 es fruto de la fantasía y la abnegación de un santo varón, el padre dominico Reginaldo Sánchez Pastor, quien desde su nombramiento como párroco de El Carmelo hasta su muerte, trabajó incansablemente en eso que consideraba la obra de su vida, y que lo hizo -además- no sólo recabando los recursos necesarios, sino también trabajando día a día como simple peón, usualmente sin otra ayuda que la de un abnegado feligrés. Lamentablemente, las labores no continuaron tras el deceso del cura, y la obra ha quedado inconclusa. De él pudiéramos decir lo mismo que Martí de Bolívar: "Lo que él no hizo, sin hacer está todavía". Tal vez por eso el sitio es conocido como "El Derrumbe", aunque algunos suponen que el nombre popular surgió por la permanente acumulación de piedras de cantería y otros materiales tirados en el lugar durante los años que duró la fabricación.
La labor del padre Reginaldo no se limitó a la erección de la iglesia; también practicó ampliamente la caridad, suministrando alimentos gratuitos de manera sistemática a los vecinos pobres, y conjuró los planes de parcelar la manzana baldía situada frente a la iglesia, logrando con sus gestiones y pleitos -pues era también abogado- que se convirtiera en parque el solar yermo. Tan grande fue el cariño que supo ganarse el buen español entre feligreses y vecinos, que a su muerte, por suscripción popular, se le erigió un busto en el centro de la manzana. Decursados varios años, los ateos llegados al poder, a quienes no les hacía la menor gracia un monumento dedicado a un sacerdote, intentaron retirarlo, pero se estrellaron contra la firme actitud de los parroquianos, que no lo permitieron.
Y allí siguió el torso del padre Sánchez Pastor, en el centro de su parque, hasta que, hace unos meses, las autoridades castristas lo relegaron a un segundo plano al inaugurar una estatua de tamaño mucho mayor, supuestamente inspirada en la obra del destacado pintor sagüero Wilfredo Lam. Los méritos artísticos de la escultura son debatibles, pero como lego en la materia me abstendré de opinar al respecto; tampoco citaré los calificativos -algunos muy críticos- que he escuchado de labios de artistas plásticos.
El único adjetivo que no puede escatimársele a la obra es el de "diferente". Tal vez su autor quiso representar a un ángel, pero, por sus características luciferinas, habría que calificarlo -en todo caso- como un ángel caído. Confieso que me desagrada la idea de que esa representación de sabor infernal haya sido instalada en el parque de mi barrio, entre el busto del padre Reginaldo y su iglesia, ahora consagrada a Nuestra Señora del Rosario. Creo que en La Habana hay otros muchos lugares donde pudiera haber estado mejor ubicada; por ejemplo: que me perdonen mi amigo Francisco Chaviano y su esposa Anita, pero me parece que un sitio más apropiado hubiera sido el amplio prado que vemos a la izquierda cuando nos acercamos a la playa de Jaimanitas en la que ellos residen.

Aparte del regusto diabólico de su obra, es evidente que el autor no comparte las opiniones casi unánimes de los teólogos, que coinciden en que los ángeles carecen de género. Tal vez el hecho al que vaya referirme haya provocado entusiasmo entre algunas representantes del bello sexo (y también -¿por qué no!- entre otros individuos no tan hermosos, pero que en estos tiempos gozan de gran predicamento gracias a los desvelos de la señora Mariela Castro y al visto bueno de su omnipotente papá); el caso es que, para dar fe de la sexualidad del presunto diablillo, están un enorme falo y sus correspondientes criadillas.
La escultura es -pues- indudablemente masculina, y no sucede con ella lo que con las estatuas de próceres militares que adornan otros parques, donde las entrepiernas (supuesto indicador de valentía) están pudorosamente veladas por la vestimenta, y sólo queda el equino que el héroe monta -¡siempre un caballo entero; jamás una yegua! ­para arrojar alguna luz -de modo indirecto y discreto- sobre ese escabroso particular.
No obstante, debo confesar que, a pesar de su ostentosa masculinidad y su gustillo mefistofélico, la escultura de marras despierta mi simpatía. La imagen, que expresa con fuerza la idea de movimiento, está orientada directamente hacia el Norte, como una brújula. Por si alguien duda de los propósitos arrumbadores, en sus alas pueden verse unas figuras en las que algún despistado pudiera ver una "firma" de la Regla de Palo Monte, pero que en realidad son representaciones de la rosa de los vientos. Creo no andar muy descaminado -pues- si lo conceptúo como un monumento al emigrante anónimo, que al menos en Cuba --es cosa sabida- casi siempre se orienta hacia el septentrión.
A mayor abundamiento, podemos valorar otras características de la escultura: carece de pedestal y surge directamente del suelo, pero no está rodeada de césped, sino de tierra con algunos hierbajos. En cuanto a los atributos externos de su sexo y su supuesto valor, ya he hablado antes. Su rostro refleja una firme resolución y el cuerpo es -como diría el Apóstol- "espinudo como un erizo"; en los calcañales exhibe sendas espuelas. Estas últimas características -como es obvio- vienen de perillas a quien, dando un salto en el vacío, está dispuesto a enfrentarse a una sociedad muy distinta y triunfar a toda costa en ella, como los cubanos que, desesperados, abordan cualquier artefacto flotante para salir como sea del "océano de felicidad" del que habla el teniente coronel Chávez.
Para mí está bien claro -pues- que cualesquiera que sean los propósitos formalmente expresados por el escultor y a pesar del simbolismo poco santo de su obra, ¡en realidad ha erigido, en pleno corazón de La Habana, una estatua al balsero desconocido! ¡Y lo mejor del caso es que a la ceremonia de inauguración del monumento, celebrada por todo lo alto, acudieron encumbrados jefes castristas, entre los que no faltó algún miembro del Buró Político del único partido! ¿Se habrán percatado los patrocinadores y los asistentes al acto de esas características de la escultura?
René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente

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